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El avalista hipotecario cumple un rol que ya está cayendo en el olvido dentro de los créditos destinados a la adquisición de inmuebles. Se erige como garantía del cumplimiento de los compromisos adquiridos por el deudor, en caso de que este caiga en situación de impago.
Era habitual que las entidades crediticias exigieran un avalista cuando la evaluación del crédito mostraba algunas debilidades; por ejemplo, cuando la cuota a pagar excedía un 30 % de los ingresos declarados por el solicitante o si la fuente de los mismos procedían de una relación laboral menor a los dos años.
Quizá ahora la ausencia del uso de un avalista en las negociaciones de préstamos hipotecarios traiga como consecuencia el rechazo de un mayor número de solicitudes.
Ahora, en vez de intentar subsanar deficiencias presentes en el perfil económico del solicitante por medio de esta figura, puede que simplemente se niegue el otorgamiento hasta que mejoren sus condiciones.
En las hipotecas, la prenda con la cual la entidad otorgante respalda el riesgo que supone cualquier financiamiento viene siendo el propio inmueble que se está adquiriendo. Sin embargo, se pueden enfrentar algunas dificultades legales y sufrir de largos plazos de espera para ejecutar un embargo, sobre todo si la vivienda es asiento principal del núcleo familiar.
Es por ello que cuando el perfil económico del solicitante está topando con los bordes que hacen prudente un financiamiento con estas características, se requería de alguien que fuese solidario con la deuda contraída y sirviera de fiador o avalista.
Otro elemento que ha contribuido a que ya no sea tan común este recurso dentro de los recaudos exigidos por las entidades financieras son las demandas presentadas, por considerarse abusiva la figura del avalista dentro de los contratos de hipotecas.
El avalista es 100 % solidario con la deuda que se compromete a cancelar el solicitante y puede ser obligado a responder por él, hasta con sus propios bienes si acaso no dispone de recursos líquidos para responder.
Es en este punto en el que muchos de los beneficiarios de créditos hipotecarios —que han profundizado en sus contratos tiempo después de protocolizar sus documentos— se enteran de que los bienes de sus avalistas corren riesgos de gran calibre.
Es decir, que el avalista no solo es una referencia a la cual acudir para hacer presión para lograr el cobro de una hipoteca, sino que se transforma también en deudor y debe hacerse cargo de todos los pagos que han sido ignorados por el solicitante original del préstamo.
Ha habido protestas en algunos casos en los que se alega que la entidad financiera no ha dejado totalmente en claro hasta dónde es responsable un avalista en el contrato de hipoteca. Adicionalmente, se argumenta que el embargo que normalmente está previsto en estas negociaciones debería ser suficiente para resarcir cualquier falta de pago.
Sin embargo, para los otorgantes es una manera de procurar fondos líquidos en los casos de ausencia de pagos de algún deudor. La situación es aún más crítica cuando los avalistas son familiares —muchas veces son incluso padres del solicitante—, ya que el patrimonio familiar puede verse afectado por partida doble.
La aplicación estricta de las premisas para aprobar créditos hipotecarios ha hecho que cada vez sea menos necesaria la exigencia de un avalista.
En aquellas hipotecas que ya tenían previsto esta figura, se puede apelar a la subrogación de la deuda y, por medio de este recurso, renegociar la deuda ante otra entidad que no lo requiera.
Es un riesgo muy peliagudo servir de avalista en cualquier operación de crédito, y en especial de préstamos hipotecarios. Incluso si el avalista fallece puede comprometer a sus herederos, pudiendo pechar parte de los bienes para respaldar pagos incumplidos por parte del avalado.
La jurisprudencia reciente ha contribuido mucho a que desaparezca la figura del avalista debido a que muchos tribunales han dictado sentencias en querellas hipotecarias a favor de librar de responsabilidades a fiadores que de buena fe han apoyado al titular del préstamo, pero quizá sin valorar en toda su magnitud los riesgos y compromisos que han asumido.
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