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Las redes sociales ocupan actualmente mucho del imaginario de los seres humanos. Las selfies inundan los servidores diseminados en todo el mundo y de cuando en cuando se disparan temas que acaparan la atención por completo. Si el negocio inmobiliario fuera una red social, podríamos decir que ahora mismo la nuda propiedad es tendencia.
Cuando hacia finales del siglo XIX el prusiano Otto Von Bismark ideó las pensiones públicas de retiro basadas en el sistema de reparto, en el cual mediante aportes de los trabajadores activos se costean las jubilaciones, quizá no se percató que sembraba la semilla de un futuro conflicto.
¿Y qué tiene que ver el mencionado canciller conservador con el auge que vive la nuda propiedad? Mucho. La mengua del poder adquisitivo y los cambios en las variables sobre las cuales se fundamentaron las buenas intenciones del severo germano, se han conjugado para que la cesión de la nuda propiedad ascienda en popularidad.
La falta de previsiones financieras y la excesiva confianza depositada por los que recién engrosan las nóminas de jubilados en los sistemas de reparto, han propiciado que la figura de la nuda propiedad se destaque entre los recursos a los que acudir cuando resulta imposible llegar a fin de mes.
Si hay algo en lo que las personas se esfuerzan en su vida productiva es hacerse de una propiedad, de una vivienda propia. Es un logro que muchos —aunque no logren mayor riqueza— muestran en su patrimonio. De allí que generalmente el único recurso es aprovecharse de la figura del usufructo, mientras costean su vejez al ceder la titularidad de su inmueble.
Por medio de la cesión de la titularidad de sus viviendas, los jubilados pueden convertir en liquidez lo que generalmente es su mayor patrimonio y de esta manera compensar el déficit que supone recibir una cierta renta que de entrada es insuficiente y que se ve afectada sistemáticamente por la inflación y el alto costo de la vida.
Existe también la ventaja de mantenerse en lo que ha sido su hogar por muchos años, resultando un negocio que favorece a ambas partes. Por un lado, los retirados complementan sus ingresos al tiempo que conservan su techo; y por el otro, el inversionista que adquiere la nuda propiedad va haciendo méritos para eventualmente obtener la plena propiedad, sin necesidad de hacer un gran desembolso.
El problema estructural que enfrentan los pensionados no siempre existió, ya que las rentas por jubilación en el pasado eran capaces de proveer recursos suficientes, e incluso permitían planificar viajes que eran disfrutados por nuestros ancianos.
La pérdida del poder adquisitivo, la crisis en que se encuentran los sistemas públicos de pensiones y en general la situación global, han cambiado mucho desde entonces.
Cabe destacar que las variables que fueron consideradas para fundamentar estos sistemas de pensiones han cambiado abismalmente, al punto de temerse que pronto colapsen por completo. La esperanza de vida a finales del siglo XIX no llegaba a los 70 años y, en principio, esta era la edad establecida para optar a una pensión vitalicia.
Poco después se bajó a 65 años y se ha convertido en tradición, a pesar de que actualmente se contabilice la esperanza de vida promedio alrededor de los 85.
Hay una diferencia abismal entre financiar 5 años de pensiones y hacerlo por más de 20 años, sin mencionar que la pirámide etaria tiende a voltearse rápidamente en la medida en que la edad promedio aumenta en toda Europa.
Bajo tales circunstancias es que vemos que cada vez más los propietarios de viviendas que arriban a sus momentos de jubilación consideran muy seriamente la nuda propiedad como opción, lo que ha dado pie a que la oferta en 2018 se haya triplicado e incluso se haya organizado en octubre un evento para promocionar este tipo de negociaciones.
Para algunas personas es un tema algo polémico que los ancianos deban ceder parte de su propiedad para hacer algo más digno el recorrido de sus últimos años, pero lo cierto es que los número no dan.
El déficit de aportes que antes costeaban tales sistemas lo intenta suplir infructuosamente el Estado, convirtiéndose en una carga cada vez más pesada para los presupuestos nacionales ya que la relación entre la cantidad de trabajadores activos y retirados hace insostenible el sistema.
Más temprano que tarde habrá que desmontar los sistemas de reparto y recorrer el camino de una transición hacia los sistemas de capitalización individuales o planes de retiros privados que empiezan a surgir con fuerza en otras latitudes. Mientras tanto la nuda propiedad estará ayudando a estas personas a sortear sus necesidades postrimeras.
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